Deporte y algoritmo en la ciudad vigilada

Última sesión de co-diseño del Plan Estratégico del deporte de una ciudad importante y bastante innovadora. Sus políticas relacionadas con eso de la “Smart City” han sido reconocidas y premiadas. El tema principal de la sesión: digitalización y datos y, cómo no, aparece la IA.

Durante la fase de diagnóstico, contactamos con varias empresas que ofrecían datos sobre las prácticas deportivas en la ciudad. Lo más sorprendente fue descubrir que una de ellas podía estimar cuántas personas practicaban deporte, qué disciplina realizaban y en qué zonas, con una precisión de cuadrículas de 100×100 metros. Podían hacerlo para cualquier área que solicitáramos, ya fuera a nivel municipal o incluso en todo el país. ¿Cómo lo lograban? Utilizaban una inteligencia artificial que generaba predicciones a partir de datos adquiridos de un centenar de aplicaciones móviles. Sí, esas mismas aplicaciones que instalamos tras aceptar voluntariamente los términos y condiciones, incluida nuestra geolocalización. Tras un debate interno, decidimos no contratar este servicio por razones éticas.

Por supuesto, en esta era de las smart cities, no podía faltar la prometedora llegada de la inteligencia artificial (IA) al ámbito deportivo urbano. Pero, ¿es esta «innovación» la panacea que nos venden? ¿O más bien estamos sucumbiendo a un espejismo tecnológico que no hace más que aumentar la desigualdad, erosionar el espíritu comunitario y vaciar de sentido aquello que alguna vez consideramos auténtico?

La IA está ya en todos lados, desde los algoritmos que nos sugieren qué ver en Netflix hasta los que deciden quién puede recibir un préstamo (o no). En las llamadas «ciudades inteligentes», esta tecnología se despliega con la promesa de una eficiencia sin igual. Pero ¿qué pasa cuando la IA entra en el deporte? ¿Está mejorando nuestra experiencia deportiva o nos está reduciendo a simples datos, a puntos en un gráfico que pueden ser manipulados para aumentar la productividad (o, más cínicamente, el beneficio económico de unos pocos)?

La posible relación entre IA y deporte en las smart cities me resulta muy interesante, y también profundamente perturbadora. En teoría, la IA puede ayudar a mejorar la experiencia deportiva en espacios urbanos de formas que ni siquiera imaginábamos hace unas décadas.

Pero aquí es donde empieza la ironía. Si bien todas estas innovaciones tecnológicas parecen ser el resultado de un genuino interés por mejorar la vida de los ciudadanos, la realidad en muchas ocasiones es otra. En el trasfondo de todo esto, solemos encontramos con empresas tecnológicas que están más interesadas en explotar el deporte y la recreación urbana como un laboratorio de datos que en promover el bienestar. Los sensores que miden nuestra salud y nuestro rendimiento, las aplicaciones que monitorizan cuántos pasos damos, todo esto está ahí, no solo para ayudarnos, sino también para observarnos, controlarnos y, cómo no, vendernos más tecnología.

Es inevitable pensar en lo que algunos críticos han llamado la gamificación de nuestras vidas. Ahora, todo es una competencia, incluso nuestros momentos de ocio. Los parques y plazas inteligentes nos invitan a competir contra nosotros mismos, a ser más rápidos, más fuertes, más eficientes. La IA recoge todos estos datos, los procesa y nos devuelve análisis que (según nos dicen) nos ayudarán a ser mejores. Pero, ¿mejores para quién? ¿Acaso necesitamos que una inteligencia artificial nos incite a mejorar nuestras marcas personales cuando el deporte, al menos en su forma más pura, debería ser un escape, un acto liberador, no una nueva fuente de estrés? Como escribió George Orwell, “la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza”. ¿Acaso la eficiencia es la felicidad?

No olvidemos que la IA no solo trata de mejorar la práctica deportiva individual, sino que también afecta la planificación urbana en su conjunto. Ya estamos empleando IA para planificar y decidir dónde se deben construir nuevos polideportivos o áreas deportivas, cómo se distribuyen los recursos y quién tiene acceso a ellos. En teoría, todo esto debería llevar a una mayor equidad. Pero, en la práctica, lo que puede suceder es que las zonas más privilegiadas (donde los datos muestran mayores niveles de actividad física) reciban más inversión, mientras que los barrios menos favorecidos se queden a la cola. De nuevo, nos encontramos con una tecnología que, en lugar de cerrar las brechas sociales, las ensancha.

Cálculo de impacto de los proyectos de equipamientos futuros de Maia (Portugal)

Y luego está el tema de la privacidad. Porque claro, para que la IA funcione, necesita datos. Muchos datos. Y estos datos, por supuesto, provienen de nosotros: de nuestros teléfonos, de las cámaras de seguridad, de los dispositivos portátiles que usamos mientras corremos por el parque. Estamos creando una red de vigilancia deportiva sin precedentes, en la que cada paso, cada movimiento, cada latido es registrado, almacenado y, quién sabe, tal vez utilizado para propósitos que ni siquiera comprendemos del todo. Porque, ¿quién controla realmente toda esta información? ¿Qué pasa si, en algún momento, las aseguradoras de salud deciden que no cubren tu lesión de rodilla porque, según tus datos deportivos, corriste demasiado rápido durante demasiado tiempo?

Así que aquí estamos, en medio de esta revolución tecnológica deportiva, preguntándonos si realmente estamos avanzando o si simplemente estamos entregando nuestra libertad y privacidad en bandeja de plata a las grandes corporaciones tecnológicas. ¿Es esta la “ciudad inteligente” que queremos? ¿Un lugar donde cada aspecto de nuestras vidas está regulado por algoritmos, donde el deporte ya no es una actividad social y divertida, sino una carrera hacia la eficiencia absoluta?

Quizás, en el fondo, lo que necesitamos no es más tecnología, sino menos. Tal vez deberíamos volver a esos tiempos en los que el deporte no requería sensores ni IA, cuando lo único que necesitabas para jugar al fútbol era una pelota y dos piedras para marcar la portería. O tal vez, probablemente, la solución no sea rechazar la tecnología por completo, sino encontrar una manera de usarla de forma más humana, más inclusiva, más centrada en el bienestar real de las personas y no en el beneficio económico de las empresas tecnológicas.

«Hoy en día la gente sabe el precio de todo y el valor de nada» decía Oscar Wilde. La IA puede saber cuántos pasos damos, cuántas calorías quemamos, cuántos kilómetros corremos. Pero lo que nunca podrá comprender es el valor de una tarde jugando en el parque, sin preocuparse por los datos, sin ser monitoreados, simplemente disfrutando del deporte por lo que es: una celebración de lo que significa ser humano, no un ejercicio de optimización tecnológica.

Así que, la próxima vez que salgas a correr o juegues un partido en una bonita instalación de tu “ciudad inteligente”, pregúntate: ¿estás jugando para ti, o para las máquinas que te observan?

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