Ciudades saludables, el Higienismo del s.XXI

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Podemos remontarnos a finales del siglo XVIII para encontrar una clara relación entre la gestión de las ciudades y la salud de su población. La Real Instrucción de 26 de abril de 1784 enumeraba algunas competencias de los corregidores y alcaldes mayores con clara orientación urbanística e higienista. El fomento de la higiene entre la población mediante una serie de normas sanitarias que garantizaran la salubridad, era cuestión considerada prioritaria en su labor, haciendo referencia a la limpieza, empedrado, ensanche de calles, la reconstrucción de edificios ruinosos, y la creación de paseos públicos arbolados que sirvieran para «recreo y esparcimiento de las gentes».

Sin embargo, no será hasta comienzos del s.XIX, cuando los médicos comenzaron a denunciar las pésimas condiciones de vida de la población, su hacinamiento y la pobreza generalizada, como causas fundamentales de las enfermedades. Posteriormente, con las investigaciones de Robert Koch y principalmente de Louis Pasteur, se descubre la relación entre los microorganismos y la transmisión de enfermedades como el cólera y la tuberculosis.

Nace una corriente denominada Higienismo, cuando los gobernantes entienden la relación entre la ciudad y la salud de sus habitantes y comienzan a tomarse medidas de diseño urbano orientadas a paliar los problemas de salud de la población. Se desarrollan infraestructuras derivadas de esta preocupación higienista como el inventario de galerías y fosas de París (1805), la Public Health Act de Londres de Chadwick (1848) y la creación de la red parisina con sistema unitario por Belgrand (ingeniero de Haussman). Otras como la introducción de vegetación en la ciudad, los parques suburbanos de Londres y Central Park de Nueva York, también siguen esta orientación.

Los efectos negativos que la Revolución Industrial tuvo en el desarrollo de las ciudades, generando grandes barrios obreros con pésimas condiciones de habitabilidad, fortalecieron esta relación entre el urbanismo y la salud, obligando a urbanistas y gobernantes a mejorar la calidad del diseño de estas zonas ante el peligroso descontento de una clase obrera que sufría las penosas consecuencias de un diseño urbano poco saludable.

No han pasado demasiados años desde que se ha dejado de oír en las calles de muchas ciudades y pueblos de España la expresión “¡Agua va!” con la que se avisaba a las personas que transitaban por la calle que se apartasen ya que se iba a vaciar por la puerta o ventana un cubo con aguas fecales.

Estamos en el s.XXI y las condiciones han cambiado bastante y obviamente los problemas también. El cólera y la tuberculosis ya no son las epidemias contra las que actuar. En el s.XXI la epidemia es la obesidad y sus enfermedades asociadas y una parte de la responsabilidad de que esta sea la epidemia es del propio diseño de las ciudades.

Una orientación general del progreso tecnológico ha sido y sigue siendo “hacernos la vida más fácil” lo que se ha entendido como reducir nuestro esfuerzo físico, cambiar la energía propia que debemos emplear para realizar cualquier tarea, por una energía de una fuente externa (electricidad, petróleo, carbón) y llevándolo al extremo, realizar sólo esfuerzo intelectual, para que las máquinas hagan el esfuerzo físico. Como es obvio esto está teniendo unas consecuencias nefastas para nuestros organismos, diseñados para retener y consumir la energía que asimilamos de los alimentos, y que en la actualidad sufren un importante desequilibrio entre energía consumida y gastada.

Un ejemplo de esta reducción en la energía consumida debida a cambios tecnológicos es esta tabla, tomada de la ponencia de Kepa Lizarraga en el V Congreso del Deporte en Euskadi:

Tabla

El diseño de las ciudades ha sido una herramienta fundamental para la lucha contra las enfermedades desde el s.XIX, es el momento de replantear este diseño y reorientarlo  hacia el diseño de ciudades saludables en función de las nuevas enfermedades del s.XXI.

Según el Dr. Richard Jackson, un abogado pionero en el ámbito de la salud pública y actualmente Presidente de Ciencias de Salud Ambiental de la UCLA, la idea de que los edificios, las calles y los espacios públicos juegan un papel clave en los problemas graves de salud pública en los EE.UU. «ha sufrido un cambio radical en los últimos años. Ha pasado de ser una especie de cosa marginal, a convertirse en algo que es de sentido común para mucha gente»

Existen muchas relaciones y sinergias entre el diseño de una ciudad saludable y otros ámbitos como la sostenibilidad, la movilidad, el diseño de espacio público, la generación de comunidades y capital social o el impulso a la producción y mercados locales de alimentos. Es necesario un trabajo conjunto y coordinado, un trabajo multidisciplinar en el que urbanistas, responsables de la salud, de la movilidad, colectivos de la ciudad, gestores/as, medioambientalistas… trabajen juntos. El reto es importante, pero las posibilidades son grandes.

Imagen:  nycstreets

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