Active Design 2025: Más que moverse, vivir mejor

Era 2010 y Nueva York alzaba la voz con una propuesta que, en su momento, sonó casi subversiva: rediseñar la ciudad para que la gente se moviera. Active Design Guidelines nacía como respuesta a una enfermedad epidémica: la obesidad. Pero, sobre todo, surgía como reacción a un urbanismo que había dejado de pensar en cuerpos humanos. Escaleras escondidas, aceras intransitables, ascensores convertidos en muletas cotidianas.

La solución fue tan pragmática como audaz: volver a poner en valor lo básico. Subir escaleras, caminar más, reducir la dependencia del coche. Una guía de urbanismo al servicio de la salud física. Nada más y nada menos.

Quince años después, las reglas del juego han cambiado. La ciudad también.

El cambio de paradigma que ya no puede ocultarse

Rebautizada con un nombre que no deja lugar a dudas: Designing for Health and Equity, la edición 2025 de la guía hace algo más que actualizar datos. Lo que propone es un giro ontológico. Ya no se trata de mover el cuerpo, sino de sanar el entorno. Lo que antes era técnica ahora es política. Y lo que antes era ergonomía ahora es justicia.

El documento deja claro desde sus primeras páginas que la salud ya no puede desligarse de las estructuras sociales que la condicionan: el racismo, la exclusión, el miedo, la soledad, la falta de voz. Si la edición de 2010 era un manual para moverse más, la de 2025 es una llamada para habitar mejor.

Lo activo ya no es solo físico

Una de las grandes mutaciones conceptuales entre ambas guías tiene que ver con el propio significado de lo “activo”. En la versión original, ser activo era una cuestión funcional: moverse, subir, andar, pedalear. Era una propuesta técnica, medible, visible.

En cambio, en 2025 lo activo también es emocional y relacional. Significa activar vínculos, generar pertenencia, reducir el aislamiento. Significa diseñar espacios donde la salud mental se respire, donde la diversidad no sea una excepción, donde los cuerpos y las identidades no tengan que pedir permiso.

De algún modo, la arquitectura deja de ser un contenedor para convertirse en un gesto político. Una declaración de intenciones.

De la escalera al ecosistema

Las estrategias propuestas en 2010 se articulaban en torno a acciones concretas: escaleras visibles, accesos directos, edificios conectados con la calle. Eran consejos útiles, casi quirúrgicos. Pequeñas modificaciones con grandes efectos acumulados.

Pero en 2025 el enfoque se ha desplazado hacia un plano más sistémico. Ya no se trata solo de mejorar elementos físicos. Lo que se busca es rediseñar relaciones: entre vecinos, entre ciudadanos y administración, entre personas y naturaleza. La guía se estructura ahora en capítulos que abordan colaboración comunitaria, barrios vivos, edificios sanadores y procesos de evaluación adaptativa.

No hay receta única. Hay conversación.

Una ciudad con más capas, más voces, más cuerpos

La estructura de la nueva guía revela una sensibilidad más atenta a lo complejo. Se habla de cuidar, de incluir, de mitigar, de celebrar. Ya no se ofrecen fórmulas cerradas, sino invitaciones a pensar juntas.

En lugar de centrarse en “qué hacer”, la guía explora “cómo hacerlo”. Y sobre todo: con quién. Aparecen conceptos como justicia ambiental, trauma urbano, escucha activa, y ejemplos como el High Line Teens o el Bronx Night Market muestran que las intervenciones urbanas pueden ser también gestos de reparación simbólica.

El urbanismo, aquí, se parece más a una conversación que a un plano.

Una tríada que marca la nueva era: salud, equidad y resiliencia

Lo que antes era una meta sanitaria ahora es una ética urbana. El bienestar físico sigue estando presente, pero ya no está solo. Lo acompañan la equidad y la resiliencia, dos conceptos que atraviesan todo el documento de 2025 y que obligan a mirar el entorno con otros ojos.

Diseñar para la equidad significa reparar heridas. Significa no repetir errores. Y sobre todo, significa redistribuir oportunidades: acceso a parques, transporte seguro, espacios de juego, zonas de descanso, lugares para encontrarse.

Diseñar para la resiliencia implica pensar a largo plazo: frente al cambio climático, frente al estrés urbano, frente al colapso de los vínculos. No se trata solo de resistir, sino de adaptarse y renacer.

El diseño como proceso que escucha

Una de las transformaciones más notables entre ambas versiones de la guía es el lugar que ocupa el proceso. En 2010, el enfoque era claramente prescriptivo: estas son las mejores prácticas, estos los indicadores, estos los ejemplos.

La edición de 2025, en cambio, prioriza el proceso sobre el resultado. El cómo se diseña es tan importante como el qué. Escuchar, co-crear, evaluar, adaptar. Se promueve un diseño que se hace en común, con voces diversas, en contextos específicos.

Ya no se trata de aplicar soluciones universales, sino de hacer preguntas locales. Un enfoque que llevamos muchos años aplicando en nuestros trabajos.

¿Qué ciudad queremos habitar?

Esta pregunta sobrevuela todo el documento de 2025. Y resuena más allá de sus páginas. Porque al final, lo que está en juego no es solo la salud pública ni la eficiencia energética, sino algo más profundo: el derecho a una vida digna en un entorno digno.

Las ciudades que vendrán, o que ya están llegando, se construirán con más capas. No solo de hormigón, sino de memoria, de justicia, de ternura. Y quizá, en esa mezcla impura, inexacta, imperfecta, esté la clave.

Porque diseñar activamente hoy significa asumir que toda decisión urbana es también una declaración ética.

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