Uno de los temas de discusión que más se me están presentando últimamente, tanto en proyectos de consultoría como en algunas clases impartidas es el cobro por parte de los clubes a los deportistas aficionados por realizar su actividad. Muchos clubes no cobran a sus deportistas e incluso algunos pagan a éstos, cuando el nivel deportivo y los ingresos generados por los mismos hacen difícilmente justificable este pago. Obviamente este hecho no es generalizable, pero sí muy común.
Frente a este hecho, vemos que en algunos deportes el precio de las entradas para los espectadores está alcanzado niveles de auténtico lujo (en estos casos pagar a los deportistas parece lógico, ya que generan unos ingresos importantes).
Por centrar el asunto, lo que más llama la atención es mirarlo desde la perspectiva de la Economía y del usuario/cliente, concretamente la gran diferencia entre valor de uso y valor de cambio entre ambos servicios, hacer deporte y verlo.
El caso de practicar deporte
El valor de uso de un bien o servicio lo determinan sus condiciones naturales y es la capacidad de este servicio para satisfacer las necesidades de quien lo utiliza. En el caso de hacer deporte es el valor que supone para cada persona el hecho de practicarlo, como alternativa de ocio, mejora de salud, actividad socializadora, etc. Cuando jugamos un partidillo nos divertimos, nos gusta dedicarle un tiempo semanal a entrenar, estar con los compañeros y nos sentimos bien después de cada entrenamiento. El valor de uso es positivo.
El valor de cambio es una condición social asignada por el mercado, es decir, el precio que estamos dispuestos a pagar por realizar este deporte. Vemos multitud de casos en los que el valor de cambio de practicar deporte es nulo (no se cobra) e incluso negativo (cobramos por hacer deporte aunque sea a nivel de aficionados y no se genere un retorno al club por nuestra actividad).
El caso de ver deporte
El valor de uso de asistir a un espectáculo deportivo a primera vista parece menor, es una alternativa de ocio y no cuenta con muchos de los componentes positivos de la práctica como la salud, educación, etc.
El valor de cambio, sin embargo, puede ser muy elevado y vemos que el precio de algunas entradas para asistir a eventos deportivos es tan elevado que hace que la asistencia a dichos eventos sea muy restringida.
En Economía, el ejemplo de esta paradoja suele ser el agua y el oro. El agua, “que posee un valor de uso importantísimo (ya que es fundamental para el sustento humano), posee un valor de cambio paradójicamente muy bajo. Por el contrario el oro, objeto de baja utilidad práctica, posee un muy alto valor de cambio”.
Como es lógico, esta paradoja se da porque dejamos fuera otros factores, especialmente los mecanismos de mercado de fijación de precios, que no siempre (casi nunca) van de la mano de los valores de uso de los bienes y servicios y provocan que productos inútiles tengan precios desorbitados (¿alguien se acuerda de la empresa “Basura” de Reginald Perrin en la que el protagonista montaba un imperio vendiendo artículos inútiles como ruedas triangulares?)