Desde hace años muchas organizaciones deportivas llevan sufriendo la crisis… del voluntariado. Se ha repetido una y mil veces en diferentes estudios que los valores altruistas del voluntariado están en clara recesión, que por este camino muchas organizaciones basadas en el mismo van a tener que adaptarse a esta nueva realidad social. ¿Qué hacemos? ¿Les pagamos recompensas como motivación?
Un poco de racionalidad nos puede ayudar. Todas aquellas personas que “echan una mano” en el club, voluntarias que con su esfuerzo logran que salga adelante, convencidas de que están haciendo algo bueno, seguirán acudiendo al club tanto si cobran como si no. Pero habrá otras personas indecisas, a las que les falte un pequeño “empujoncito” para que se animen a ayudar al club. Ese “empujoncito” podría ser una pequeña recompensa económica.
Este razonamiento “lógico” es el que haría el señor “homo economicus”, un individuo racional a más no poder. Un personaje que calcula los costes que le supone realizar los trabajos en el club y los beneficios tanto económicos, sociales o psicológicos que obtiene de realizar esta labor.
¿Pero quién es el señor “homo economicus”? Pues un contable psicópata que vendería a su esposa por diez euros en cuanto él perciba que el beneficio que obtiene de ella es menor que esa cantidad. Un personaje que cambiará de club si le ofrecen el mismo “servicio” que su club de toda la vida y le añaden un vale descuento por un euro… y en este individuo se basa elrazonamiento económico clásico. Este individuo estaría encantado con la conclusión inicial que hemos dado sobre pagar a las personas voluntarias.
Por suerte el “homo economicus” desde siempre ha sido muy cuestionado y en la actualidadmás. Actualmente desde el campo de la economía conductual (behavioral economics) se desarrollan nuevas líneas de pensamiento que muestran cómo las personas en muchas ocasiones valoramos con más fuerza las emociones. Diversos estudios han demostrado que introducir un incentivo económico puede reducir la satisfacción de quien lo recibe, ya que esta persona ofrecía su dedicación, su tiempo, sus recursos, de una manera altruista. Esta persona se siente bien con lo que hace y ese dinero compite con los motivos altruistas, reduciendo el bienestar que sentimos al hacer algo bueno “porque sí”.
Un buen ejemplo de este tipo de situaciones se refleja en el estudio de los suecos Mellström y Johannesson en el que analizan el comportamiento de las personas que donan sangre y su respuesta a los pagos económicos por la donación. Resultado, cuando se paga por donar sangre, el número de donaciones se reduce. La introducción de un pago hace que los incentivos sociales desaparezcan (“ya no me siento tan bien”) y este pago no es suficiente. (Un aparte. ¿Y si lo hacemos más fuerte?… ¿habría quien donaría sangre “robada” a otras personas?)
Esta puede ser una de las causas de la reticencia de muchos clubes deportivos (de deportes federados esencialmente) a cobrar a las personas que practican deporte en ellos y de las fuertes barreras psicológicas que ponen a la profesionalización de determinados puestos de trabajo. Si comienzan a cobrar y a profesionalizarse pierden esos incentivos sociales que percibían: bien a la comunidad, imagen positiva; en cambio reciben incentivos económicos (ingresos por cuotas). Parece que en muchos casos esos incentivos económicos no son suficientes para compensar los sociales. ¿O simplemente es miedo a que quien paga exija profesionalidad?
A la vista de estos razonamientos, el pago a las personas voluntarias de la organización debería ser muy meditado, estudiar los motivos por los que participan en las labores de la entidad y anticipar su respuesta ante posibles recompensas económicas. Como es lógico, tampoco podemos pagar sólo a aquellas personas a las que les animaría esa recompensa económica; el trato diferencial es más peligroso todavía. Y lo que también hay que tener en cuenta es que si comenzamos a apoyarnos en recompensas económicas, una posible vuelta a los valores altruistas, es muy difícil.