¿En muchas ocasiones no perdemos la perspectiva por culpa de las herramientas que deberían facilitárnosla? ¿La costumbre de analizar datos, mapas e indicadores puede limitar nuestra capacidad de análisis?
Estoy trabajando con una evaluación, un análisis comparativo de dos parques. Conozco bien ambos casos, están muy cerca entre sí y vivo a menos de cinco minutos de ambos.
Para el análisis tomo tres perspectivas diferentes: la adecuación de su ordenación al tipo de usuarios/as, a su entorno urbano y los efectos conseguidos.
Tengo claro el “veredicto”, el primero de ellos me parece una buena solución urbanística, un parque bien diseñado, con una buena zona de juego infantil, amplia zona verde para jugar o sentarse en la hierba y permite la transición entre diferentes áreas del pueblo. El segundo, probablemente debido a su ubicación y a que es más antiguo, no parece un espacio tan interesante como el primero.
Bueno, cuando me dispongo a escribir y detallar las ideas de la evaluación, Jon, mi hijo de ocho años, se acerca. Tiene la costumbre de preguntarme qué estoy haciendo cuando me ve en el ordenador “torturando” datos y planos. Le explico lo que hago y le pregunto ¿qué parque te parece que es mejor, este o este otro? Estoy bastante seguro de la respuesta. Solemos acudir al primero, en ocasiones celebramos algunas fiestas y merendolas en él y siempre disfruta con sus amigos. Al segundo cuando era más pequeño íbamos en contadas ocasiones y ahora lo vemos cuando pasamos cerca pero no entramos.
Jon se queda pensando un rato mi pregunta y responde “El segundo. Allí hay canastas, porterías, frontón y pista de tenis, además de parque para niños… Es mejor, hay más juegos y siempre hay alguien jugando, niños y mayores”.
La respuesta me ha cogido por sorpresa. El parque infantil del primero es mucho más completo y moderno; pero en el segundo hay gente de diferentes edades jugando. No la esperaba y sin embargo tras reflexionar es la más lógica. Es el atractivo de la diversidad, en este caso intergeneracional y además una diversidad en el juego/deporte.
Mi visión era absolutamente racional, a partir de mapas, datos y criterios de ordenación del espacio urbano el primer parque es un caso muy bien resuelto. Mejor que el segundo. Pero según el criterio de un niño de ocho años, el segundo es mejor… ¡hay más juegos! Además, son para todas las edades. Entre los datos no podía ver el valor de la diversidad a los ojos de las personas que más disfrutan de los parques.
Tras este episodio tengo dos opciones, o reviso los criterios para evaluar los espacios públicos o cada vez que vaya a hacer un trabajo de este tipo preguntarle a Jon. Creo que optaré por hacer las dos cosas.
Foto: Crivisa en Flickr