Recuerdo de chaval cómo me gustaba salir de mi barrio, montar en la bicicleta y con los amigos ir a conocer otros barrios. Una vez fuimos al de al lado y a la vuelta, cuando mi madre se enteró de que habíamos ido, mantuvo una seria conversación conmigo para explicarme lo peligroso que era aquel barrio, que había mucha delincuencia, que nos podían robar las bicis y darnos droga (el enigmático señor de los caramelos a la puerta del colegio).
Otras veces íbamos a otro barrio cercano en el que el padre de un amigo tenía una serrería. Me encantaba aquella serrería, el desorden de tablas, el suelo lleno de serrín y el olor a madera recién cortada. De nuevo mi madre tuvo otra conversación conmigo acerca de los peligros de ir en nuestras bicicletas por la carretera hasta allí.
La situación ha cambiado mucho. El primer barrio es ahora una zona agradable, se han construido viviendas nuevas, un espacio público con grandes plazas abiertas y hay un gran dinamismo en sus calles. El segundo ya era un barrio seguro y no ha cambiado tanto; pero ahora hay un carril bici que entonces me hubiese permitido ir a la serrería del padre de mi amigo sin los peligros del tráfico. Supongo que ahora mi madre no tendría argumentos en contra de que fuese en bici a “conocer mundo”.
Estos dos ejemplos son personales, pero estoy seguro que se asemejan a los de muchas otras personas y lugares. La seguridad, tanto la relacionada con la delincuencia como con la seguridad vial, son factores muy importantes para favorecer que las personas de cualquier edad hagamos uso del espacio público y realicemos actividad física en él.
Trato de centrarme en la seguridad ciudadana y dejo la cuestión vial para otra posible ocasión.
Estar y sentirse
Es importante observar el problema de la inseguridad desde una doble perspectiva:
- La inseguridad real: delincuencia
- La percepción social de la seguridad
Esta aclaración es interesante a la hora de plantear medidas orientadas a mejorar la seguridad de la ciudadanía para que puedan hacer un uso libre y activo del espacio. Las personas no actuamos sólo en función de datos y estadísticas, lo hacemos en mayor medida en función de percepciones. Si tenemos la sensación de que un espacio, deportivo o urbano, a partir de cierta hora es inseguro, lo evitaremos a pesar de que la estadística demuestre lo contrario.
Vigilancia natural
Hace unas semanas organizamos un taller participativo con personas mayores de un municipio para la ubicación de parques biosaludables. Una de las claves que las personas que participaron planteaban como importante era el equilibrio entre discreción y visibilidad. No querían ubicar los parques urbanos de gimnasia en lugares demasiado visibles. Sin embargo, era muy importante que no estuviesen escondidos. Era necesario que se viesen, de lo contrario no se sentirían seguras y no acudirían a ellos.
Detrás de esta idea está el concepto de vigilancia natural o la conocida metáfora de la urbanista Jane Jacobs: los “ojos de la calle” [1]. La vigilancia natural es aquella ejercida por la ciudadanía de manera espontánea, porque pasean por el lugar en cuestión o porque las ventanas de sus casas dan a esa zona y miran o pueden estar haciéndolo.
Esta idea da lugar a interesantes consideraciones a la hora de pensar espacios urbanos activos: la ubicación de parques y áreas de actividad en zonas visibles, la orientación de las ventanas de los edificios aledaños hacia esas zonas, las recepciones de instalaciones deportivas mirando a la calle, el uso mixto de las zonas para aumentar la posibilidad de presencia de otras personas o, lógicamente, la adecuada iluminación de los espacios y calles.
La teoría de las ventanas rotas
En 1982 Wilson y Kelling planteaban el siguiente ejemplo [2]:
Consideren un edificio con una ventana rota. Si la ventana no se repara, los vándalos tenderán a romper unas cuantas ventanas más. Finalmente, quizás hasta irrumpan en el edificio, y si está abandonado, es posible que sea ocupado por ellos o que prendan fuegos adentro.
O consideren una acera o banqueta. Se acumula algo de basura. Pronto, más basura se va acumulando. Eventualmente, la gente comienza a dejar bolsas de basura de restaurantes de comida rápida o a asaltar coches.
A pesar de haber sido duramente criticada, especialmente cuando la ciudad de Nueva York aplicó esta teoría hasta sus últimas consecuencias (la denominaron “tolerancia cero”), es comprensible que un mantenimiento adecuado que evite el deterioro y la mala imagen de un determinado espacio o área de la ciudad, puede reducir al menos la sensación de inseguridad.
Aumento de la territorialidad
La experiencia, y la investigación empírica lo corrobora, muestra que hay más probabilidades de que defendamos los espacios que caen dentro de nuestra “esfera de influencia”, aquellas cosas o áreas de las que nos sentimos responsables. Esta idea la desarrolló Newman al hablar del “espacio defendible” [3].
Para Newman era un problema la falta de sentimiento de pertenencia que la ciudadanía experimenta frente al espacio público. Para resolver este problema propuso la subdivisión, real o simbólica (mediante señales, vallas, plantas, cambio de color del pavimento, etc.), de buena parte del espacio público y la asignación del mismo a personas o pequeños grupos concretos, con el objetivo de incrementar su sentimiento de propiedad y fomentar su comportamiento territorial. De este modo, tales lugares se convertirían en un «espacio defendible».
Parques y espacios públicos tienden a concentrar personas de diferentes edades y clases sociales. Algunos grupos, como las personas mayores, pueden sentirse amenazados por otros grupos (por ejemplo, adolescentes) que coexisten en el mismo territorio limitado. La creación de lugares seguros como un equipamiento de gimnasia para mayores o de un grupo de mesas y bancos, dentro de un entorno público más grande puede ayudar a que los distintos grupos de población se sientan más seguras al experimentar un sentido de la territorialidad y el grupo al que pertenece. El diseño de los espacios públicos debería ayudar a aliviar la tensión y el miedo entre los diferentes grupos mediante la promoción de su coexistencia pacífica [4]. Cooper Marcus y Francis [5] hablan de «estratificación y separación», la formación de tiempo y zonas de actividades a través del diseño y la planificación de parques y espacios públicos que permiten a los diferentes grupos a utilizar el mismo espacio.
Estas son algunas consideraciones generales que pueden tenerse en cuenta a la hora de planificar áreas para la actividad física o fomentar actividades en áreas no específicas. En ocasiones las propuestas que pueden surgir a partir de las consideraciones aquí expuestas pueden ser contrarias (un exceso de territorialidad puede reducir la vigilancia natural), en otras son complementarias. Como siempre, es el buen hacer de quien planifica/proyecta, adaptándose a cada realidad, la clave para lograr espacios seguros para la práctica de la actividad física.
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[1] Jacobs, J. (1961/1965). The Death and Life of Great American Cities. Middlesex: Penguin.
[2] J. Q. Wilson; G. L. Kelling (2008). «Ventanas rotas: la policía y la seguridad vecinal». En: I. Ortiz de Urbina; J. Ponce (ed.). Convivencia ciudadana, seguridad pública y urbanismo: Diez textos fundamentales del panorama internacional (págs. 307-325). Barcelona, Fundación Democracia, Gobierno Local y Diputación de Barcelona.
[3] Newman, O. (1972). Defensible Space: Crime Prevention Through Urban Design (pág. 112). Nueva York: MacMillan.
[4] Loukaitou-Sideris, A. 1995. Urban form and social context: Cultural differentiation in the meaning and uses of neighborhood parks. In Journal of Planning Education and Research, Vol. 14, No. 2, pp. 101–114.
[5] Cooper Marcus, C., and C. Francis. 1990. People places: Design guidelines for urban open space. Van Nostrand Reinhold, New York.
Imagen de rogerwshaw en Flickr.