Tiempos modernos, los mapas han dejado de ser papel y que ahora hablen es lo más normal. Dora está en edad preadolescente, ha abandonado a su amigo el mapa impreso y se ha pasado al smartphone con GPS. ¿Para qué preguntarle al mapa? ¿Qué sentido tiene estar atenta a las referencias que le daba su amigo («río de ranas – monte de moras – casa de la abuela»)? No hace falta. En su smartphone la referencia siempre es ella.
Dora ya no interpreta el mapa, está «dentro del mapa» (¡gracias por la idea Gaspar!). Es como esos mapas que señalan un punto «usted está aquí», con el añadido de que siempre «está aquí», es el centro de un mapa que simplifica al máximo su entorno, se reorienta hacia donde ella mira y le dice hacia dónde debe ir. Reduce todo su entorno al camino que debe seguir, obviando toda información superflua.
Percepción y experiencia espacial
Hay un interesante debate acerca de cómo está cambiando nuestra percepción y nuestra experiencia del entorno al introducir los sistemas de navegación GPS.
Nunca antes habíamos utilizado tanto los mapas como hasta ahora, bien sea directamente o mediante los sistemas de localización, el lugar en el que estamos o en el que vivimos nuestras experiencias cobra cada vez más relevancia. La localización de nuestros comentarios, fotos o vídeos es un dato relevante y está muy presente. Parece que le damos un mayor valor al lugar.
Por otra parte, aunque resulte paradójico, la posibilidad de saber dónde estamos y conocer el camino de vuelta, nos permite perdernos con mayor seguridad. Nos permite explorar lugares a los que de otro modo no iríamos gracias a la seguridad que nos aporta una guía que nos devolverá al entorno conocido.
Sin embargo, estos usos experienciales y exploratorios no son tan comunes. En la mayoría de las ocasiones usamos las aplicaciones con GPS para ir directamente a los lugares de destino que nos fijamos, o lo que es peor, a los que nos fija la propia aplicación porque considera que serán de nuestro interés. Ha llegado un momento en el que confiamos más en las indicaciones del GPS que en nuestra propia orientación. Nos limitamos a seguir las instrucciones que señala el smartphone, perdiendo la experiencia del recorrido, momentos y lugares «de oportunidad». Mecanizamos nuestro recorrido y nuestra conducta. Al no necesitar buscar referencias, reducimos nuestra capacidad de observar el entorno y nos perdemos gran parte de las experiencias que en él suceden.
Derivas y mapas psicogeográficos
Pero estas herramientas también aportan nuevos valores al entorno. La foto colgada en Instagram o Twitter, los comentarios con las sensaciones y experiencias que se viven en ese momento, la valoración de una ruta en Wikiloc. Toda esta información geolocalizada nos ofrece una información valiosa que aporta una nueva perspectiva. Nos ofrece mapas con detalles del comportamiento afectivo y la experiencia sensorial de otras personas. «Mapas psicogeográficos» que llamarían los situacionistas con información cualitativa muy interesante.
La psicogeografía, término popularizado en 1955 por Guy Debord, pretende entender los efectos que las formas del entorno físico tiene en las emociones y el comportamiento de las personas. Uno de los instrumentos más conocidos de la psicogeografía es la deriva. «La deriva se diferencia cualitativamente tanto del viaje como del paseo, porque mira y reconoce los efectos psíquicos del contexto urbano.» (Trachana, 2014)[i]
La psicogeografía y la deriva nos remiten a una búsqueda activa de las experiencias que nos proporciona el entorno geográfico, apartándose del funcionalismo que trata de alcanzar lo antes posible un destino o buscar el recorrido más adecuado para cumplir un determinado entrenamiento.
El GPS y otras aplicaciones del móvil nos permiten una mayor capacidad para recoger estas sensaciones, anotando nuestros pensamientos con comentarios geolocalizados, nuestras sensaciones, imágenes que nos llaman la atención, información que permite comprender mejor los entornos. Un ejemplo de este uso es el taller Tweets & Walks, organizado por Zaramari, que realizamos en Bilbao La Vieja.
Sin embargo, también nos puede llevar a obviar todo ese entorno que se convierte en viaje de tránsito entre un punto y otro que queremos visitar. Puede hacernos olvidar del disfrute del recorrido por tratar de ser funcionales y alcanzar el objetivo de la manera más eficiente posible.
Actividades deportivas
La idea de reflexionar sobre esta cuestión me vino a raíz de una ruta de senderismo que hice hace unos meses. Quería conocer una zona por la que no había andado y me descargué la traza (track) en el teléfono móvil. Cuando llevaba una hora andando caí en la cuenta de que me estaba pasando algo inquietante. Iba caminando por un sendero en el que no había pérdida y cada poco tiempo miraba en mi teléfono si iba siguiendo la traza que había descargado, si iba por el camino correcto para alcanzar la cima señalada. «¿Qué estoy haciendo? – pensé – Estoy más atento a las indicaciones del móvil que a disfrutar de este entorno. Este era el objetivo de venir aquí, conocer esta zona, no alcanzar la cima por el camino más eficiente».
El impacto de las trazas de actividades deportivas está siendo cada vez más fuerte. Tiene su parte positiva y es que mucha gente poco amiga de la incertidumbre, se anima a realizar actividades físico-deportivas en entornos desconocidos pero que son recogidos y valorados positivamente por otras personas. Por otra parte, parece que se genera cierto proceso de «efecto imitación» y que ciertos recorridos concentren la mayor parte de las actividades por el hecho de ser los más empleados. ¿Qué peso tienen las apps en la acumulación de rutas y actividades en determinados sitios?
Un caso curioso es el de un amigo que tras sus vacaciones me enseñó algunas fotos del país en el que había estado y ¡las trazas en algunos sitios emblemáticos por los que había corrido! Cuando le comenté que eso me parecía «frikismo runner» me dijo que era habitual, que de hecho algunas trazas de recorridos se las habían pasado amigos suyos que ya habían estado allí.
Gestión de las actividades
Esta realidad abre interesantes campos de investigación y actuación en la gestión del deporte en ciudades y territorios. Por una parte está la información que nos ofrecen todas estas aplicaciones basadas o apoyadas en geolocalización. En un proyecto de turismo deportivo en una región montañosa analizamos las rutas más repetidas en diferentes aplicaciones. Vimos que no se correspondían con aquellas en las que la comarca invertía más dinero para su señalización y mantenimiento. Mientras las administraciones estaban convencidas que «sus» recorridos eran los principales, las personas que empleaban aplicaciones móviles preferían utilizar otras rutas. Este mismo análisis es válido para entornos urbanos, para detectar áreas de preferencia y posibles problemas de convivencia entre actividades deportivas y otros usos ciudadanos.
La recogida de trazas de recorridos abre interesantes posibilidades para analizar e implementar medidas de fomento de la actividad física entre jóvenes, especialmente en lo referido a la movilidad hasta el centro educativo. Es una posibilidad que me han planteado y a la que veo interesantes posibilidades para generar retos y motivar a escolares a que se desplacen andando o en bicicleta hasta el centro.
Por otra parte, la información cualitativa que se puede obtener de estas aplicaciones con geolocalización es muy interesante. Conocer los puntos más apreciados, las valoraciones y sensaciones que expresa la gente sobre diferentes puntos o equipamientos de la ciudad ofrece una información de gran valor, más sincera que en muchas encuestas.
Recorridos runners por Donostia
Para finalizar, una lección que podemos obtener de esto es la necesidad de que las administraciones interesadas en la promoción del deporte y la actividad física en determinados espacios de su ciudad o entorno natural, trabajen activamente en la identificación de lugares y el traceo de recorridos potencialmente atractivos e interesantes para una buena convivencia entre las diferentes actividades en esos espacios.
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[i] Trachana, A. (2014) Urbe Ludens, Gijón: Ediciones Trea
Imagen inicial de m.p.3. en Flickr.
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