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Una vez aceptada la importancia de los sistemas de innovación, de sus agentes y de las relaciones/reglas de juego entre ellos, comenzaron a propagarse políticas de innovación que facilitasen la transferencia de conocimiento a lo largo de todo el ciclo de producción. Estos sistemas de innovación lubrican todo el proceso desde la generación de conocimiento a su aplicación en el mercado.
Sin embargo, financiar la innovación no es barato y está sujeto a la incertidumbre del mercado. Muchas de las inversiones en I+D no acaban de calar en el mercado porque lo que en el laboratorio parecía una gran idea apenas despierta interés entre la ciudadanía. Desde hacía tiempo algunas empresas ya eran conscientes de esta limitación y trataron de incorporar al ciudadano consumidor en el proceso de diseño para evitar los costes de desarrollos que posteriormente no sean demandados. El ciudadano «tester”, validador de propuestas antes de ser lanzadas al mercado, entraba a formar parte del proceso de desarrollo de nuevas soluciones.
La UE, consciente de la importancia de la colaboración ciudadana a la hora de reducir los costes de la innovación planteó incorporar a la ciudadanía en los sistemas de innovación. Esta participación ciudadana, además, podía facilitar la adopción social de nuevas soluciones rebajando actitudes tecnoescépticas.
El discurso de la incorporación del componente social y ciudadano a las políticas de innovación venía favorecido por una tendencia ya asentada en otras políticas públicas, la participación ciudadana contribuía positivamente a la gobernabilidad e iniciativas como la Agenda 21 llevaban tiempo trabajando en esa línea de participación ciudadana. Esta tendencia hacia una mayor transversalidad, colaboración y participación en la gobernanza impulsó políticas más abiertas y relacionales y las políticas de innovación no fueron ajenas a ello.
Esto es especialmente interesante en el ámbito deportivo en el que se observa que las prácticas libres y espontáneas crecen exponencialmente ante modos de práctica organizados e institucionalizados. Cada poco tiempo aparecen originales prácticas deportivas surgidas del ingenio de una ciudadanía que busca nuevas sensaciones, experimenta nuevas habilidades con un componente físico-deportivo que muchas veces hibrida con otras disciplinas, creando actividades que incluso nos hacen reflexionar sobre el propio concepto de deporte. En algunos casos estas prácticas pueden llegar al mercado y propagarse por todo el mundo gracias a la difusión de las tecnologías de la comunicación o el apetito del mercado por nuevos servicios.
El papel de estas personas es clave en el desarrollo de innovaciones deportivas. En Democratizing Innovation (2005) Erik Von Hippel ya advertía de la importancia de los «usuarios avanzados» en el desarrollo de las innovaciones. Esta realidad ha sido notable en el progreso del deporte tal y como lo conocemos ahora.
De este modo, si ampliamos el enfoque de la Triple Hélice, fundamentalmente orientada al desarrollo económico y pasamos a entender el deporte como factor de calidad de vida en diferentes dimensiones, resulta interesante pasar a considerar al ciudadano no sólo como tester, probador/validador de propuestas, sino como artífice de la realidad deportiva. Es aquí donde cobra especial sentido plantear el modelo de Cuádruple Hélice, en la que junto los tres actores referidos (Administración, Investigación, Empresa) debe incorporarse a la ciudadanía como cuarta hélice necesaria para el desarrollo de innovaciones con impacto social.
En este sentido, la participación ciudadana debe entenderse en términos de colaboración entre ciudadanía, administración, academia y empresa. Las y los profesionales/expertos deben trabajar junto a la ciudadanía al mismo nivel, aportando su conocimiento experto al conocimiento local y experiencial de las personas que conocen el estado de un territorio.
Este modelo de Cuádruple Hélice impulsa sistemas de innovación más distribuidos y colaborativos que permiten que la labor de las administraciones se adapten a las dinámicas ciudadanas respondiendo a sus necesidades y propuestas.
Así nos encontramos con dos modelos efectivamente interesantes para la innovación en el deporte. Un modelo de Triple Hélice muy orientado al desarrollo del sector económico del deporte y otro modelo ampliado de Cuádruple Hélice que incorporar el eje de la innovación social y en el cual la ciudadanía juega un papel fundamental en la vigilancia y desarrollo de soluciones innovadoras. Soluciones que además no se orientan exclusivamente al mercado y que ofrecen unas dinámicas muy interesantes para el diseño de nuevas políticas y estrategias para el crecimiento de la actividad deportiva de la población.
Ambos modelos pueden ser válidos en función del momento y de los objetivos de cada territorio. La clave estará en diseñar una estrategia adecuada a las distintas realidades.
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Una cuestión relevante es cómo se integra a la ciudadanía en el sistema. Von Hippel dibuja cuatro escenarios cuando considera (en el caso del sistema «empresa») este aspecto. Uno muy interesante es aquel en el que la ciudadanía «compite» con el sistema y llega a ofrecer mejores soluciones. A veces pasa. Moraleja: conviene ser humilde y aceptar que la ciudadanía en su globalidad es hoy en día un factor empoderado como nunca antes. Esto da para otro post 😉
Creo que todavía estamos en una fase de tanteo sobre esa cuestión. Se van dando pasos para intentar diseñar «artefactos» que permitan integrar las aportaciones de todas las partes; sin embargo no puede haber una fórmula única ya que como dices, hay diferentes equilibrios en función de numerosos factores.
Me da la sensación que en muchas ocasiones el acercamiento desde la empresa a estos modelos de innovación con la ciudadanía se hace desde una actitud extractiva, lo que genera desconfianzas y desequilibrios.
El próximo post irá de Labs 😉
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